Ocho. Tierras indómitas II: Territorios de Sarovir


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La danza de las brujas. John Blanche.

El bosque

Un bosque inmenso abarca la mayor parte del paisaje que los guardias de la ciudad de Sarovir pueden otear desde las torres y baluartes. El bosque es un lugar indómito, siempre cubierto de nieblas cambiantes que se retuercen blandamente entre los leñosos troncos de árboles centenarios.

Al atravesar los estrechos senderos que cruzan la frondosidad del bosque, el silencio acompaña a los escasos viajeros. Y es que el bosque es un lugar misterioso, en cuyo interior se guardan extraños secretos y un miedo innominado. Estos caminantes refieren extrañas historias, que bien podrían ser
tomadas por absolutas fantasías si no estuvieran corroboradas por las experiencias de leñadores, buhoneros y hortelanos. Hablan de procesiones formadas por personajes embozados, cuyas oscuras figuras no caminan, si no que se deslizan por el suelo del bosque. Comentan también la aparición de luminarias que se agitan entre los árboles o que realizan extrañas danzas en el cielo, o que parecen brillar como el sol a mediodía antes de desaparecer. Algunos también hablan, entre miradas furtivas y voz baja, de los habitantes del bosque y de otros seres aún más espeluznantes.

Desconocido.


El lago

En lo más recóndito del bosque existe un lago de aguas profundas, en cuyo centro se encuentra una isla. Las aguas del lago bañan las orillas del bosque con pequeñas olas que susurran entre los nenúfares y juncos de la orilla. 

Ninguna barca ha cruzado las calmosas aguas del lago, ya que existe el rumor de que una extraña maldición pesa sobre aquel que trate de cruzar su superficie. Unas leyendas hablan sobre una ciudad sumergida en el fondo del lago, y hablan sobre el tañido de campanas que puede oírse en determinadas horas, al atardecer o a media noche. 

Algunos dicen que la maldición no pesa sobre el lago ni sobre la ciudad sumergida, si no que en la isla habita un extraño pueblo de jóvenes doncellas de pelo rubio y ropajes etéreos, cuyas figuras pueden entreverse en ocasiones caminando entre los árboles de la isla o peinando sus cabellos en la misma orilla, desde donde inquieren a los viajeros, a veces rogando por un beso, a veces con una pregunta aparentemente inocente. Se recomienda tener mucho cuidado al tratar con estas doncellas, ya que una respuesta ruda o una contestación errónea puede llevar al incauto a morir ahogado, arrastrado hasta el fondo por estos extraños seres, a veces incluso por propia voluntad.

Swamp adversaries. Jonathan Guzi.

Los pantanos

Entre los bosques que rodean la ciudad de Sarovir afloran aquí y allá nacimientos de agua que anegan el suelo entre las raíces nudosas de los árboles. 

Estas zonas pantanosas abarcan áreas más o menos extensas de manera irregular, y algunos de ellos aparecen o desaparecen sin previo aviso. Los pantanos pueden servir de cobijo a diversos habitantes del bosque, como ciervos y jabalíes, que encuentran una mayor seguridad contra las partidas de caza de la nobleza sarovirena entre aquellas tierras traicioneras y embarradas. También prefieren vivir allí otras criaturas que no caminan, si no que reptan y se arrastran por el barro, y cuyos pellejos escamosos son preciados trofeos para los más avezados cazadores y otros caballeros con ansia de prestigio.

Algunos de esos pantanos se han convertido en morideros y lugares peligrosos, donde brillan los fuegos fatuos y lucen blancos los huesos y cráneos entre el lodo y el barro, y rondan en torno a ellos seres oscuros que se alimentan de la putrefacción y la muerte, y bailan danzas macabras en torno a ídolos amorfos en las noches de luna nueva.


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All shall fall (album). Immortal.

Las montañas

Recortadas en el horizonte destacan la inmensa silueta de las Montañas Innominadas, que suponen las fronteras naturales del dominio de Sarovir. Su tamaño alcanza dimensiones fantásticas: sus paredes de roca se alzan en cumbres increíbles cubiertas de nieve, y descienden vertiginosamente en valles ocultos donde nunca llega la luz del sol.

Hay unas pocas aldeas cercanas a las estribaciones montañosas, pero nadie vive en el interior de aquellas cordilleras, ya que en ellas habitan fantásticas criaturas y seres aún más extraños. Los cabreros y senderistas han hablado sobre extraños silbidos y voces que pueden escucharse de un pico a otro, como si las propias montañas hablaran. Otros refieren los ruidos y humos que surgen abruptamente de normes cuevas que se abren como bostezos en las paredes de roca.

En las montañas también habitan otros seres, que por ser más prosaicos, no son por ello menos terribles: los cúlebres rondan en los valles oscuros, arrojando humo por sus ollares y fuego por sus fauces. En los altos picos habitan los pájaros grifo, con sus nidos repletos de tesoros, y existen también tribus de duendes y trasgos que de vez en cuando descienden al llano para saquear y raptar a jóvenes zagales y doncellas.

Periódicamente se organizan partidas de caza y de guerra para acabar con estas criaturas, pero muchas veces los huesos de estos valientes acaban limpios y mondos esparcidos entre las rocas cubiertas de musgo.

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