Veinte. La Vieja Puerca

El oscuro y retorcido bosque de Sarovir está repleto de criaturas y habitantes con los que es mejor no toparse, y mucho menos durante una guardia nocturna al calor de una tenue fogata.

En las últimas semanas se rumorea sobre una criatura en especial, un ser cuyo solo nombre causa un terror inmenso en el corazón de los dispersos habitantes de las aldeas fronterizas con el oscuro bosque. Se trata de La Vieja Puerca, un monstruo imposible, una enorme cerda deformada, con supurantes heridas constantemente abiertas y unas protuberancias óseas que emergen de forma descontrolada por varias partes de su cuerpo.

Los comerciantes y buhoneros relatan entre susurros una leyenda que explica el origen de este monstruoso ser. Las historias dicen que todo comenzó en una pobre y destartalada hacienda al oeste del burgo de Sarovir, en la cual vivía una amargada viuda llamada Tomasa junto con sus cinco hijos. Después de que su esposo falleciera defendiendo la hacienda de unos bandidos, la viuda y sus hijos malvivían con los escasos frutos de las descuidadas tierras de labor que rodeaban la finca. La viuda había enloquecido al presenciar el asesinato de su marido, abrumada por la pena y la desdicha. Al principio solo hacía y decía cosas sin sentido, como que una vieja cerda enferma que tenían en la pocilga contigua a la casa le susurraba cosas cuando acudía a la cochiquera.

Las conversaciones con aquella lastimosa cerda fueron a más, hasta que una noche sin luna la viuda acabó salvajemente con la vida de sus demacrados hijos, alimentando a la cerda con sus maltrechos cuerpos. Ese terrorífico acto pareció revitalizar al animal hasta el punto de hacer provocar extraños efectos en su cuerpo tumefacto. Poco después, la cerda había alcanzado un tamaño y una fuerza desproporcionados para su especie, de manera que acabo por romper la puerta de la pocilga, atacando y devorando también a la viuda.

El párroco de la zona aseguró posteriormente que el animal estaba poseído por una entidad demoníaca, la cual sin lugar a dudas había conseguido engañar a Tomasa para forzarla a cometer su horrible crimen. Los aterrados narradores dicen también que la consciencia trastornada de la viuda comparte el cuerpo de la cerda junto con el demonio que la habita, acechando a los incautos que se pierden en el siniestro bosque de Sarovir con la intención de cazarlos igual que un depredador a su presa.



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