Seis. Dramatis Personae: El conde Olinos








Madrugaba el conde Olinos, nueva mañana de San Juan, cabalgando incansable por valles y sierras, arboledas y arroyuelos, campos y montes. Sin descanso, sin respiro, sin poder escapar de su destino... ni siquiera tras la muerte.

Su alma, maldita por el pecado del amor, es perseguida incluso ahora por los mismos soldados que solía comandar en nombre de su reina, madre de la infanta Eneilda, a quien Olinos debía su corazón inmortal. Por no ser él de sangre real, la reina ordenó que al conde dieran muerte, aún sabiendo que su amor era correspondido, y que su propia hija no sobreviviría a la muerte de su amado.

Él murió a la medianoche, y ella a los gallos cantar.





Pero el espíritu de Olinos aún se hallaba atado por las cadenas del corazón, incapaz de alcanzar la paz eterna si no es junto a los brazos de su amada. Sabe que Eneilda aún le espera en algún lugar del reino, y una vez reunidos acabarán con todo rastro de la reina y de su estirpe, y echarán abajo las puertas y paredes del castillo real, hasta que no quede piedra sobre piedra.


Incansable, infatigable, el alma del conde Olinos recorre Sarovir en su búsqueda interminable, ajeno al paso del tiempo, centrado en una búsqueda que comenzó hace ya mucho tiempo. La reina falleció hace mucho, su sangre real quedó diluida con el paso de las siglos entre las antiguas casas nobles del antiguo reino, las cuales siguieron creciendo y prosperando, y otras se mezclaron con el vulgo al caer la familia en desgracia.


Bastardo, plebeyo o incestuoso, el conde no comete distinción, pues todo aquel descendiente de la antigua casa real está condenado a oír tarde o temprano el hermoso cantar del conde en la mañana de San Juan... antes de caer bajo su espada.



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