Cuatro. Tierras indómitas I: El Dominio de Sarovir


El Dominio de Sarovir es una tierra crepuscular, de nieblas cambiantes y bosques que rezuman
humedad y misterio, cuyas fronteras son imprecisas y hasta cierto punto ignoradas por sus habitantes.

En el Dominio pueden encontrarse diferentes hitos visuales que destacan entre el bosque homogéneo, como las Montañas Innominadas, numerosas aldeas y la gran ciudad de Sarovir. También existen otros lugares ocultos, donde viejos peligros y misterios apenas susurrados se agazapan y persisten por tiempo inmemorial. 

Comencemos el viaje y visitemos los principales lugares de esta lejana región.

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 Muerte en el Reik. Ian Miller, 1987.

Sarovir

El burgo de Sarovir es el único núcleo urbano del extenso dominio de Sarovir, y por ello se encuentra densamente poblado. Su mole se alza como un escollo entre un verdadero mar de bosque. 

La ciudad se encuentra protegida por un impresionante conjunto amurallado, ampliado y reforzado por cada nuevo burgomaestre como una forma de demostrar su prestigio y la prosperidad de su gobierno. 

Tras las murallas se alzan apiñadas las casas de la burguesía y las clases bajas de la ciudad. En el centro de la ciudad destacan por sobre los picudos tejados de los barrios plebeyos los chapiteles y agujas de las torres de las familias nobiliarias de Sarovir, siempre en competencia por construir la aguja más alta la torre más esbelta.

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Procesión de aldea. Francisco de Goya, 1787.

Las aldeas

Entre las murallas de Sarovir y las lindes del bosque se extienden los campos de cultivo que alimentan a la siempre hambrienta ciudad. Salpicados aquí y allá pueden encontrarse pequeñas aldeas campesinas. Sus chozas de adobe y tapial se apiñan en torno a la plaza central. 

Las aldeas más ricas pueden disfrutar para su defensa de algún miembro menor de la nobleza sarovirena, un caballero hidalgo o un infanzón que reside en su antiguo y ruinoso castillo familiar, un torreón o una mansión fortificada. Estos señores suelen utilizar el servicio de las milicias locales reclutadas entre los campesinos pudientes o aquellos que pagan con su servicio sus obligaciones feudales.

Las aldeas más pobres, sin embargo, apenas cuentan con una valla de madera o un desvencijado murete de mampostería para guardar sus rebaños y protegerse de las múltiples y extrañas amenazas que habitan en el bosque. 

Muchas de esas pequeñas aldeas se dispersan, cada vez más aisladas, entre los bosques, habitadas por agrestes leñadores y otras gentes que tienen motivos sobrados para buscar el aislamiento, lejos de miradas indiscretas o del brazo de la justicia.

La choza de la hechicera. David Mateu.

Las ruinas

Existen antiguas ruinas que demuestran que un pueblo habitó en Sarovir en un tiempo lejano que ya no se recuerda.

En algunos claros se alzan grandes piedras enhiestas formando círculos, como dedos huesudos que emergen de la tierra. En otros lugares, las raíces de los árboles se agarran entre cascotes de roca que demuestran que antaño allí se alzaba alguna magnífica construcción. Los labradores encuentran en ocasiones tesoros de oro y curiosos productos de orfebrería ocultos en pozos y costas de piedra, o remueven con sus arados cascotes y piedras labradas que acumulan en las lindes de sus cultivos.

La cultura que construyó estos edificios parecía estar especialmente atraída por algunos lugares concretos: existen colinas de forma curiosamente circular y ciertos edificios cercanos a pantanos y zonas de agua estancada donde aún se alzan con arcos tambaleantes y muros derruidos, los vestigios de antiguas ciudades.

Muchos de estos lugares son tenidos por espacios sagrados por sectas que aún acuden a ellos para realizar blasfemos rituales que llenan la noche de luces y ruidos extraños. Otros, sin embargo, son tenidos por espacios que esconden fabulosos tesoros, y son fatigados por aventureros y buscadores que excavan aquí y allá, y que a veces desaparecen sin dejar rastro.

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